FUTURO OLVIDADO

Este es el cuarto informe de la investigación sobre los Juegos Olímpicos de la Juventud, en la que repasamos los costos, legados e historias ocultas de Buenos Aires 2018. Los deportistas que integraron la delegación de Buenos Aires 2018 fueron olvidados una vez que se apagó el pebetero olímpico: el Enard no les pagó el premio prometido y sólo uno de cada seis recibe una beca mensual de $ 8.000. La falta de estímulos hizo que la remera Sol Ordás (oro en el single) se retirara de la selección mientras que el boxeador Brian Arregui (ganador de los 69 kilos) duda si seguir con vistas a Tokio 2020 o hacerse profesional.

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El 12 de octubre de 2018, en plena euforia olímpica, Mauricio Macri hizo una de sus habituales puestas en escena y se apareció en helicóptero en Villa Soldati, en compañía de su hija menor Antonia, para almorzar con los deportistas argentinos. De manera nada azarosa, en la mesa presidencial fueron ubicados algunas de las joyas del equipo, como la remera María Sol Ordás y los bikers Agustina Roth e Iñaki Mazza, ganadores de medallas de oro en sus especialidades. La pata de pollo asada con ensalada que había pedido se le quedó atragantada al presidente de la Nación cuando el fueguino Mazza, con total desenfado, contestó a la pregunta dictada por asesores “¿Que podemos hacer por ustedes?” con un letal “Mauricio, hacenos una pista techada para practicar todo el año”. Cuando el egresado del Cardenal Newman y fundador de la Federación Argentina de Pádel en los 90, escuchó que el adolescente le decía lo que nadie de su entorno se atrevía –que el costo de techarla sería de unos 300.000 dólares-, sólo contestó: “¡Esa es mucha plata para andar en bici!”. El campeón de freestyle lo miró de costado y cerró el diálogo con un contundente “Si no nos apoyan, después no pidan resultados…”. De hecho, en el video de las redes personales de Macri, el manager editó la respuesta posterior de Mazza a las cámaras con un abrupto corte cuando dice “Le pude transmitir lo que necesitamos nosotros los de la comunidad del BMX”, quedando en la imaginación del espectador cuál fue el pedido del pibe.

La perlita macrista dejó en carne viva cuál fue el enfoque que mostraron las autoridades deportivas a la hora de pensar en los deportistas que representarían a la Argentina en Buenos Aires 2018: emprendimientos de pretensiones en los que sobraron buenas intenciones pero que no redundaron en un desarrollo deportivo esperado.

Cuando el 4 de julio de 2013 se ganó la sede para albergar la tercera edición de los YOG, el mismo equipo técnico del Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) que había desarrollado el plan técnico de la candidatura, comenzó a pergeñar una búsqueda de talentos por todo el país entre los jóvenes nacidos de 2000 a 2003. La pesquisa comenzó en enero de 2014 con el lanzamiento de un ambicioso programa para sentar las bases de la próxima generación olímpica. En una primera instancia se testearon en todo el país unos 700.000 para detectar particularidades biotípicas o destrezas específicas. En una segunda instancia, a partir de 2015, comenzó la selección en 27 campamentos específicos en los que se seleccionaron 8.000 jóvenes con talento por sobre la media en 29 deportes. De acuerdo con un trabajo de campo realizado por un equipo de investigación de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM) a los 530 jóvenes que sobrevivieron a la zafra y fueron reunidos del 2 al 12 de febrero de 2017 en el Cenard de Núñez para un campamento conjunto de evaluación, la mayoría de ellos provenía de un entorno deportivo previo, con índices de escolarización y confort por sobre la media de sus coetáneos. De hecho, el dato fue confirmado de manera informal por dirigentes federativos quienes expusieron que los testeos llegados a las oficinas de Palermo del Enard carecían de veracidad y rigor científico por falta de preparación de quienes tomaron las muestras o hasta por un orgullo regional de tener un deportista olímpico que, trasladado a los testeos nacionales, no podía repetir por lejos los rendimientos que marcaban las planillas de cálculo.

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A partir de aquel «retiro» en el Cenard comenzó una temporada de 18 meses de supervivencia del más apto, hasta determinar a los 142 deportistas que tomarían parte de los Juegos Olímpicos. El Enard invirtió en esos cuatro años (de 2104 a 2017) en la detección y preparación de ese grupo, U$D 12 millones, sólo el 7% de los casi U$D 167 millones que dispuso en esa olimpiada la entidad presidida por Gerardo Werthein, una suma marginal. Desde marzo se había establecido un plan de becas que le permitió a una veintena de deportistas cobrar un apoyo mensual de 4.800 pesos (unos U$D 285), mientras que 115 entrenadores recibieron sueldos que iban de $ 7.200 a 19.200 (U$D 430 a 1.040) para totalizar una inversión anual en el futuro del deporte nacional de $ 12.300.000 (U$D 730.000), el 7% del total pagado en becas para la elite en ese ejercicio.

En 2018 se amplió la lista, aunque los montos no aumentaron demasiado. Los apoyos a los deportistas crecieron un 15% en su valor nominal ($5.520) pero en un contexto con una inflación anual cercana al 50% y un dólar disparado ($28 en el promedio de los 12 meses), cada uno de los 130 que recibieron pagos de marzo a octubre perdería U$D 100 en la comparación con el anterior ejercicio. El total de los apoyos, contando también a los diferentes cuerpos de entrenadores, llegaría a $ 16 millones (U$S 570.000), el 6% de los $262.685.756 (U$D 9.380.000) dispensados en total por el ente. A ese número habría que adosarle los $ 82.648.346 (U$D 2.950.000) que se dispusieron para que los futuros olímpicos vivieran un año de ensueño, asistiendo a las principales competencias internacionales de sus categorías, tomando parte de campos de entrenamiento con los mejores y recibiendo una preparación acorde a la responsabilidad olímpica.

El apoyo, la localía y la exención reglamentaria de poder presentar competidores en todos los deportes (en los Juegos Olímpicos de la Juventud cada país tiene un límite que ronda el centenar para darle oportunidades a naciones de menores recursos deportivos) redundó en una notable recolección de 26 medallas (11 doradas, seis plateadas y nueve de bronce) a las que habría que sumar otras seis en pruebas por equipos multinacionales conformados de manera coyuntural.

El fuego olímpico no se había apagado y los olímpicos se enteraron, en carne propia, de cuál sería el apoyo de las autoridades. Antes de que comenzaran los Juegos, desde el Enard habían prometido un premio monetario ($ 100.000 por la medalla dorada, 50.000 por la plateada y 20.000 por el bronce). La avalancha de podios asustó a las autoridades que barajaron y presentaron una nueva oferta: $ 25.000 para cada uno de los olímpicos, cualquiera hubiera sido el resultado, como reconocimiento a su entrega. Se suponía que la suma (unos U$D 700) debía ser depositado a comienzos de noviembre. Han pasado nueve meses y nunca se efectivizó el pago.

Tras el fenómeno popular, los deportistas debieron iniciar el camino a la transición de la elite de cada deporte. Con una diferencia: el apoyo era cada vez menor. En medio de un recorte general, que pone en riesgo las becas del 90% de los deportistas convencionales si no traen una medalla de los Juegos Panamericanos de Lima, el Enard lanzó un plan de búsqueda de talentos con vistas a la próxima edición de los YOG, en Dakar 2022, pero no se mostró demasiado interesado en la generación 2018: sólo mantuvo a 27 de los 142 miembros de la delegación en la lista de becados, bajo la etiqueta de “Joven talento de transición”, con una mínima retribución mensual de $ 8.000 (menos de U$D 190) a los que algunos llegan a sumarle otros $ 5.500 que aporta como caridad desde la alicaída Agencia Nacional del Deporte, a cargo de Diógenes de Urquiza, amigo de la adolescencia y compinche de pádel de Macri.

“¿Cómo hago para mantener a mi mujer y a mi pibe con 13 lucas y media?”, se pregunta el boxeador Brian Arregui, brillante campeón de los 69 kilos quien es tentado para hacerse profesional de inmediato. Las autoridades deportivas intentan convencer al entrerriano que se mantenga en el campo olímpico un año más para poder aspirar a combatir en los Juegos de Tokio 2020 mientras promotores locales y foráneos lo tientan diciéndole que podrían pagarle lo que recauda en un año de subsidios en sus dos primeras presentaciones rentadas, con una distancia de 30 o 60 días entre sí.

Más preocupante es el caso de María Sol Ordás. Hija de dos olímpicos –Damián Ordás y Dolores Amaya- y dueña de un físico privilegiado, en dos meses se colgó una medalla plateada en el single scull del Mundial de la categoría (impuso el récord mundial vigente en semifinales) y el primer oro de nuestro país en la acotada cancha de regatas armada de apuro en Puerto Madero.

Agotada por una preparación al extremo y la posterior escasez de apoyo, la nicoleña tomó una decisión que golpea al remo nacional: no remará más en la selección y se dedicará a sus estudios; por eso dejó su ciudad natal y se mudó a Buenos Aires en donde se mantendrá compitiendo de manera informal para Teutonia. Con su decisión, Argentina pierde una posible medalla dorada panamericana de una remera que, manteniendo sus tiempos, hasta podría ingresar a la final olímpica en la capital japonesa el año próximo.

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ERNESTO RODRÍGUEZ III
@EPHECTO
EDICIÓN E INVESTIGACIÓN:
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